lunes, 14 de marzo de 2016

14


Barcos, navíos.
Sin rumbo, deambulando en un immensidad llamada océano.
Partieron juntos en el punto acordado.
Sonrisas, suspiros. Momentos.
Se grabaron en la cubierta como quien desgarra un cristal, volviéndolo vulnerable.
El ancla había ya sido izada tiempo atrás, y por desgracia, no encontraba ya superfície a la cual adherirse. Cualquier otra resultaba poco enhiesta, convirtiéndose en imposible.
Con el ajetreo de las incontrolables olas, salvajes como latidos, la proa empezó a deteriorarse.
Cayó la primera pieza a ese lugar en el cual nadie reclamaría, nadie buscaría por ella. Estaba destinada a quedar en el olvido y simplemente, desvanecerse, mientras a lo lejos se vislumbraba el compañero de su camino, imparable.
Se alimentó de su derrota y continuó.
Porque ni siquiera él la recordaba.

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