Podríamos
haber bebido otro trago de alcohol,
aquella noche de verano.
Se desvanecían
nuestros recuerdos entre suaves
imperceptibles sorbos
tan cercanos nuestros labios, rozándose en una etérea botella
tan lejanos nosotros,
callando todo aquello que pudimos ser bajo el tornasolado
del anochecer.
Empezaba a convertirse en la rutina incansable de dos delincuentes
retraídos,
aún sabiendo
lo que quieren alcanzar.
Temerosos se esconden de sus pensamientos más lujuriosos,
para no enfermar en la obsesión
de fracasar en un prosaico sueño.